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Anécdotas

lunes, 22 de septiembre de 2008

NADIE SOLO JESÚS

Nadie, Jesús sí.

Escuché, hace muchos años atrás, de boca de un compañero mío de estudios, una ilustración que contiene una enseñanza muy clara en cuanto a lo que representa Jesús para el hombre pecador. Dice así:

En una ocasión iba por un camino muy sinuoso y pantanoso un caminante que buscaba un lugar seguro para pasar la noche. Ya comenzaba a oscurecer y sin darse cuenta cayó en un pantano sumamente cenagoso. Trató infructuosamente de salir, pero cuanto más forcejeaba más se hundía en el cieno.

Desesperadamente comenzó a gritar pidiendo auxilio, pero nadie lo oía. El lodo le daba ya por el pecho, su desesperación se agudizaba y en medio de su desesperación oyó pasos de alguien que se aproximaba. Efectivamente. Un hombre, todo vestido de blanco, con un aspecto muy solemne lo mira, mientras él le pedía ayuda.

-- Hijo, yo soy Buda, si tu hubieras oído mis consejos, si hubieras puesto atención a los preceptos que yo establecí en mis escritos sagrados, tu, hoy, no estuvieras en esa situación tan embarazosa.

Budas siguió de largo dejando al hombre en la misma o peor condición que antes.
El hombre seguía hundiéndose. Desesperadamente gritaba pidiendo auxilio. Algo mas tarde, en medio de las penumbras se divisa a otra figura que se le acercaba. Era Mahoma, que, con mucha atención contemplaba la situación tan embarazosa en la cual estaba el hombre. Con rostro desesperado, el hombre hundido en el barro, lo miraba suplicándole que lo sacara de allí.

-- Hijo, yo soy Mahoma. Yo escribí un libro sagrado llamado El Corán. Si hubieras leído mi Libro, si hubieras puesto en práctica mis principios religiosos, te aseguro que hoy no estuvieras en esa situación.

Mahoma siguió de largo, dejando al hombre en peores condiciones.

El hombre seguía hundiéndose y ya el fango le daba al cuello. El hombre estaba fatigado, angustiado, veía la muerte llegar lentamente y sin remedios y en eso se oye los pasos de otra persona que se acercaba, era Confucio. El hombre lo reconoció, lo había visto en fotografías y algo había escuchado sobre él, por lo cual decidió llamarle la atención:

-- Por favor, Señor Confucio, usted que es un filósofo famoso y reconocido, que ha escrito tantas cosas buenas para los hombres, dígame cómo salir de aquí o ayúdeme a salir.
-- Hijo – le respondió Confucio -- me alegra mucho que conozcas quien soy. ¿por qué no te dejaste llevar por mis consejos?. Yo solo puedo aconsejar y brindar un modo de vida para el hombre, pero no puedo sacarte de donde estás.

Se había hundido hasta la barbilla. La angustia, la desesperación, la desesperanza sumieron a este pobre hombre en un estado de completa derrota por las circunstancia, pero todavía mantenía la esperanza de que alguien se apiadara de él e hiciera algo urgente.

Otra vez pasos. Otra persona que se acerca y con un aspecto profético escucha el pedido delirante del hombre hundido y le dice:

Hijo, yo soy Moisés, yo sé que estás hundido en el fango, yo sé que estás desesperado, yo sé que tu solo no puedes salir de allí, pero lamentablemente mi ley te condena, por haber tomado un camino errado. Lo tuyo es consecuencia de la desobediencia y ahora tienes que pagar por eso.

Moisés siguió de largo y ya el barro estaba llegando a la boca del hombre, No podía casi hablar, ya había perdido toda la esperanza, ya se iba a entregar en los brazos de la muerte cuando de pronto una figura inigualable, diferente, amorosa y misericordiosa, al verlo y sin decir palabra extendió su mano y sacando al hombre del “pozo de la desesperación” le dijo:

Hijo – yo soy Jesucristo, yo he venido para dar vida y vida en abundancia. Vuélvete de este camino pantanoso y toma en tus manos esta guía para tu orientación.

Colocando una Biblia en la mano, le dijo.

-- No temas de aquí en adelante. Yo estaré a tu lado para guiarte. Si alguna dificultad tuvieres, llámame que pronto estaré para socorrerte.

¿No serás tu ese hombre?

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