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Anécdotas

viernes, 12 de diciembre de 2008

La columna sobrante

De la vida real

Por la década del 80, vivíamos en la Habana. Conocimos, en la Habana Vieja, un barrio antiguo donde los edificios del siglo XIX abundaban y, por su vejez, y sobre todo por la falta de mantenimiento estaban bastante deteriorados. A pesar de estas condiciones, aquellas moles añejas se mantenían en pie sobre aquellas columnas solidísimas, que soportaban el peso de aquella mole que se elevaba hacia las alturas y como colosos desafiaban al viento, la lluvia, el sol y al tiempo.
Había un edificio, en una esquina que se sostenía sobre siete columnas. Tres a cada costado y, uno, aparentemente incensario en el mismo medio del edificio, en lo que hacía un gran salón en la planta baja.

En una ocasión quisieron remozar el edificio para darle un uso mas adecuado. Para esto buscaron un arquitecto para que hiciera una evaluación del estado de la edificación y en su requisa observó aquella columna en medio del salón. Para los fines que querían usar el salón, esa columna les era un obstáculo. Analizó las seis columnas de los lados, las paredes y llegó a la conclusión de que aquella columna era innecesaria, y si se eliminaba, el salón quedaría preparado para los fines estipulados.

Comenzaron los trabajos de remozamiento. Trabajaron arduamente todo ese día y dejaron la eliminación de la columna para el otro día. Pero uno de los ayudantes le llama la atención al ingeniero y le dice:

- Fulano, me parece que esta columna es necesaria para el sostén del edificio, si se elimina, es posible que las otras queden tan recargadas que no soporten el peso de toda la construcción.
- Usted no sabe de estas cosas. Recuerde que yo soy el ingeniero. Antiguamente se edificaba con demasiado material y como abundaba, para ellos no les era nada hacer siete, o diez y emplear materiales innecesariamente. Las seis columnas restantes pueden resistir el peso de todo el edificio. Además, necesitamos espacio limpio para el salón.

Comenzaron, con mucho cuidado, a romper aquella columna, que se resistía a ser sacada de su lugar. Pasaron parte del día en sacarla, rectificar los huecos en el techo y el suelo y cuando terminaron y concluyeron la tarea del día, cada cual fue a su casa.


Tal parecía que todo había quedado correcto, pero alrededor de las tres de la mañana los vecinos sintieron un estruendo tan grande, parecido al estruendo de una bomba y cuando salieron para ver que había pasado, contemplaron, que lo que había sido un edificio centenario, ahora estaba convertido en un montón de escombros. El resto de las columnas no pudieron resistir mucho tiempo y cedieron ante el sobrepeso que recaía sobre estas.

Si fue causa de asombro para los vecinos, cuando el ingeniero llegó al lugar, fue un impacto tan grande para él que quedó mudo, frustrado y humillado. No sabía ni que decir, ni que hacer. Pero ya no había remedio, el edificio estaba en el suelo.
Aquella columna que para él era insignificante, innecesaria, molesta, era la columna que sostenía el excedente del peso que las otras no podían sostener.

Cuando pienso en este incidente de la vida real, pienso también en la Iglesia como Edificio espiritual. A la Iglesia se le designa como “columna y baluarte de la verdad” (1 Tim. 3:15) a los ministros con sus ministerios se les llaman “columnas” (Gál. 2:9). Cada ministerio soporta un peso de responsabilidad equitativo y en relación a la carga general, de tal forma que todos y cada uno tienen que ser reconocidos y utilizados para que “todo el edificio bien coordinado” crezca y se edifique. (Efe. 2:21). Si falta alguno de ellos, el edificio no soporta el peso. Si uno de ellos es menoscabado o dañado, el edificio no soporta el peso.
Es imposible obviar a alguno de ellos, es imposible edificar prescindiendo a alguno de ellos; todos, en el lugar y área de trabajo donde Dios los ha puesto contribuye a la permanencia del edificio en medio de la inclemencia de la tempestad y el paso consumidor del tiempo.


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