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Anécdotas

domingo, 7 de diciembre de 2008

La vecina hostil

De la vida real.

Por el año 85 vivíamos en un Barrio de la Habana llamado la Vibora, pertenenciente al Municipio 10 de Octubre. Estábamos pastoreando una Iglesia en ese lugar y estábamos rodeados de vecinos muy buenos y muy sociables. Sin ambargo, había una vecina que vivía con su hija y su yerno los que vivían unas casas mas adelante de donde vivíamos nosotros. La primera vez que la saludé... ni me miró. Pensé que no me había visto y pasé por alto aquella acción, pero la segunda vez, me viró la cara en actitud de desprecio, de tal forma que me quedé un poco incómodo y preguntándome el por qué de aquella actitud. Todos los vecinos se llavaban con nosotros, a las mil maravillas. La única persona hostil a nuestra amistad era aquella mujer, y por lo tanto, su actitud fue transmitida a su hija también.

Cuando me percaté de que no eran ideas mías, sino que era una realidad evidente, comencé a orar, pidiéndole al Señor que me diera la oportunidad para poder acercarme a ella y mostrarle nuestro afecto cristiano. Ellas sabían que yo era el pastor de la Iglesia, y parece que el prejuicio contra nosotros había calado tanto que no tenían a menos manifestarlo cuantas veses fuera necesario.

Mi oración era: - Señor, crea una situación en la cual yo pueda manefestarles el amor cristiano y que cambuien de actitud hacia nosotros.

Una tarde tuve que salir a resolver algunas cosas para la casa. Venía caminando de regreso. Delante de mí, vi a la hija de esa señora, que venía cargada con varios bolsos pesados que, mas pesados se volvía a causa de que ella estaba en estado de gestacion y tenía una panza enorme. Se veía que iba jadeando. Cuando miré aquel cuadro dije: - Señor, esta es la oportunidad que tu me estas dando para romper ese muro que nos separa de nustras vecinas.


Apuré el paso, me adelanté y cuando estaba al lado de ella, casi, sin decirle nada y sin pedirle permiso, le dije: - Permítame, señora, ayudarla. Y cuando vino a ver, ya yo tenía en mis manos los bolsos. Me miró, casi me iba a decir algo. No sé que. Pero el alivio que sintió y el descanso que tuvo fue mas fuerte, de tal forma que permitió que le llevara hasta su casa los bolsos.

Yo me adelanté. Llegué primero que ella. Toqué a la puerte y..., la sorpresa que se llevó la vecina al verme fué tan tremenda que no sabía que decirme. Tome la delantera en la palabra y le dije: - Señora, su hija venía por la calle con esta carga pesada y como le faltaba bastante para llegar, tomé sus bolsos y aquí están. Ella viena atrás.
Por fin habló la mujer, y rompiendo el silencio no tuvo otro remedio que decirme: Gracias. En eso llegó la hija, quien me dispedió con las gracias también.


Sin embargo todavía, había sus reservas, aunque no como antes. Yo sabía que se estaba rompiendo algo pero faltaba un poco todavía. No muchos días después ella fué al almacén a comprar mercadería. Allí estaba la vecina con toda la mercadería comprada y justo llegué a tiempo. Ella sola no podía con todos aquellos bultos, por lo cual le dije: - Señora, permítame ayudarla, y con la misma comencé a recoger los bolsos, ella tomó algunos, llegamos a su casa, abrió y me mandó a pasar. Llegué hasta la cocina y sobre la mesa coloqué todos aquellos bultos.

Cuando me iba a despedir, aquella mujer, cambiada completamente, con una sonrisa en la cara, me mostró su gratitud y allí fue que se calló el muro divisorio que impedía nuestra amistad.
De ahí en adelante, cuando pasaba por frente a su casa y ella estaba afuera, el saludo no se dejaba esperar. En la calle no se avergonzaba de decirme; - Buenos días, pastor, - Adios, pastor.
Me sentí muy feliz de haber conquistado una mente, haber derribado un muro y haber ganado la única amistad que nos faltaba en el barrio.


Reflexión: Una buena acción, en el momento justo y preciso, no solo abre las puertas de una casa, sino las puertas de los corazones. “No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien al mal”.

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