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Anécdotas

jueves, 4 de diciembre de 2008

La Vaquita Mariposa

Hace mucho tiempo, allá por la década del 60, que escuché una ilustración, hasta cierto punto jocosa, pero que tenía un contenido y enseñanza espiritual que bien pudiera ayudarnos a muchos para entender las consecuencias de la falta de control sobre nuestros apetitos carnales.

Todo se centra alrededor de una vaquita llamada Mariposa, ya que así había sido bautizada por su dueño. El dueño de Mariposa era un gran acendado y quiso regalarle a su hija, para el día de su cumpleaños, una vaquita de las mejores que tenía y que fué elegida de entre muchas que había en la hacienda.

En efecto, el hacendado la trasladó para un corral que daba al camino, en el centro del cual había un gran árbol para sombra, cerca de la casa y donde Mariposa pudiera estar debidamente atendida.
Como estaba a unos metros del camino, ella veía diariamente las arrias de ganado vacuno que pasaban por allí frecuentemente. Escuchaba la burla de toros, vacas y hasta de terneros que pasaban respirando aires de libertad y mofándose de ella por su condición de “presa”.

Esta situación comenzó a intranquilizar a Mariposa. Pero se agravó cuando vió a un añojo, blanco y negro, hermoso. El corazón de Mariposa revoloteó dentro de ella. Su intranquilidad se acrecentó y trató de deshacerse de sus ataduras, romper el cerco el irse detrás del torito que había cautivado su corazón. En esa oportunidad fué infructuoso el intento. Cuando por la tarde llegó su dueño para sumistrarle la porción de pasto de la atarde, se dió cuanta que algo anormal había pasado, pues vió a Mariposa suelta en el corral y cerco dañado.

- ¿Qué te pasó Mariposita, que te veo tan nerviosa. Le preguntó el dueño, suponiendo los intentos de la vaquita, aunque no los motivos.
- Mira lo que te traje: un fardo grande de alfalfa rica para que comas bien. Aquí tienes agua corriente y limpia. Tienes nuestra cuidado, nuestro cariño.
- Mira, para que no te sientas mal, te voy a dejar libre dentro del corral. Pero no te acerques al cerco, es peligroso.

Y pasando suavemente su mano sobre su lomo, arregló nuevamente el cerco del corral y se fué a dormir. La vaquita quedó tranquila aquella noche. Parecía que había pasado la crisis.

Al otro día, temprano en la mañana, sintió el mugir de otra arria de sus congéneres, que se acercaba por el camino. Cuando vió la alegría de sus parientes, cuando sintió las burlas de algunos y sobre todo, cuando se acordó del torito del día anterior, algo sucedió nuevamente dentro de su ser. Comenzó a intranquilizarse, algo le atraía, no podía dominar sus impulsos y comenzó a correr dentro del corral; golpeba con sus cascos fuertemente las maderas del cerco, hasta que por fin, y antes que terminara de pasar la última res, traspasó el cerco y corrió radiante detrás de la vacada olvidándose del “cautiverio” en que había estado, olvidándose del cuidado de su dueño, olvidándosede la abubundancia de su “casa”.

Corrió Mariposa dentro del grupo. Comenzó a escuchar ladridos de perros que los cercaban para que no se dispersaran. Voces de los arrieros que, con látigos en la mano, fustigaban a las reses para que corrieran.
En ese ambiente comenzó a sentirse intranquila, no sabía a donde iba a parar aquello, se hacía largo el camino, y aunque todos parecían gozar del bienestar de sentirse libre, ella comenzó a extrañar, pero ya era tarde. La ola la envolvía y no sabía como escapar de allí. Por fin divisa a lo lejos la entrada de un pueblo, lo bordean y ante sus ojos un gran corral, con una gran portada y donde, en la parte de mas arriba, estaba escrito: MATADERO MUNICIPAL.

EL QUE POR SÍ SE DEJA LLEVAR, EL PECADO LO PONE A LLORAR





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