En la década del 70, el transporte en Cuba era una calamidad. Salidas reducidas por falta de transporte, los talleres llenos de ómnibus por falta de piezas, problemas en las Terminales producto de demoras demasiadas prolongadas, etc. Recuerdo que en una ocasión, al final de una Convención llevada a efecto en la ciudad de Camagüey, dos pastores y yo estuvimos tres días anotados en una lista de espera para poder salir de allí.
Bajo estas condiciones tuve que salir a predicar a diferentes lugares. En tiempo normal, un viaje de Holguín a las Mantecas, (lugar donde estaba atendiendo la obra en ese tiempo), duraría algo, mas o menos de hora y media, pero con ese tiempo de anormalidades, el viaje podía durar, de ida, tres, cuatro o más horas, y esto yendo bien temprano a la Terminal para poder agarrar un tiquet numerado que, no habiendo dificultades, demoraría entre dos horas o tres para poder viajar.
En esta oportunidad era Semana Santa. Yo tenía que viajar a las Mantecas ese domingo para visitar a algunas familias y predicar por la noche. Esto hizo que me preparara temprano, me fuera para la Terminal y pidiera en la taquilla un turno para viajar. Miré la pequeña pizarra colgada en la pared donde aparecía el número donde había terminado la salida anterior. Miré el número de mi turno, saqué la cuenta y nada mas ni nada menos tenía unas doscientas personas delante de mí que viajarían en las siguientes salidas de ómnibus.
Oré al Señor y le dije: -- Señor, tu sabes que tengo que viajar y quiero viajar. Obra, de alguna forma para que no haya fallas en las salidas siguientes.
Me quedé allí esperando. El tiempo pasó, no se veían ómnibus por ningún lugar. Al cabo de las dos horas y media, llegó uno y se estacionó en uno de los andenes. Justo la línea que tenía que tomar para viajar. Como un resorte, cientos de pasajeros que estaban en espera, al igual que yo, saltaron de sus asientos y corrieron hasta el ómnibus. Las gentes se apretujaban, se empujaban, gritaban. Cuando se hubieron calmado, el conductor del vehículo comenzó a llamar por número. No falló ni uno. Salió el colectivo y las gentes volvieron a replegarse hacia dentro de la Terminal a esperar en “el banco de la paciencia” el otro ómnibus que, al fin y al cabo no se sabía cuando llegaría.
Pasaron las horas. Con los dos ómnibus siguientes, que tardaron varias horas en llagar a la Terminal, pasó lo mismo. No había forma que me acercara a mi número. Al ver que era tarde y que si no me iba en el próximo ómnibus que viniera tendría que regresar a casa, salí afuera, bastante desconsolado me paré frente a los andenes y comencé a orar:
-- Señor, por favor, para ti nada hay imposible. Los hermanos me están esperando allá y nada saben de esta situación, haz un milagro para poder estar en esta noche en Las Mantecas.
Mientras oraba y esperaba, el viento comenzó a soplar. Lo sentía suave en mi rostro. Comenzó a arrastrar papeles y basuras. En eso veo como un papelito pequeño se iba deslizando suavemente hasta ponerse casi a mis pies. Al principio no hice caso, pero la curiosidad pudo mas que yo. Me doblé, levanté el papelito y, ¡Sorpresa de las sorpresas!, justo era un tiquete medio arrugado. Cuando vi la numeración, solo tenia tres números delante de mi para el próximo ómnibus que iba a Salir.
Fue una alegría tan tremenda, un gozo tan grande al ver la manifestación poderosa y milagrosa del poder de Dios obrando justo en el momento oportuno y di gracias a Dios por la respuesta a mi oración.
Media hora después ya yo estaba sentado en uno de los mejores asientos como un rey. Llegué temprano, visité, prediqué esa noche en el culto y pude testificar sobre la forma en que Dios había obrado para que esa noche yo pudiera estar con ellos.
Tenemos un Dios que hace maravillas, que mueve montañas, que abre el mar y el río, que hace sosegar la tempestad, que envía terremotos y abre puertas de cárceles, pero que también sabe soplar suavemente para arrastrar un papelito numerado para que su obra fuera llevada a cabo.

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jueves, 5 de febrero de 2009
Viaje a las Mantecas
Publicado por
El pastor Luis E. Llanes
en
17:32
Etiquetas: Testimonios de fe: 4. Viaje a las Mantecas
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