De la vida real...
Hay incidentes en la vida infantil de una persona, que después de grande le sirve para reflexionar seriamente en hechos reales de la vida actual y práctica. Recuerdo que, cuando tenía alrededor de diez u once años, en una de las tantas ocasiones que visitaba la finca de mi tío, por las noches, antes de acostarse, la familia acostumbraba a reunirse, a veces con alguno que otro vecino para hablar de diferentes temas. Pero había un tema que nunca faltaba y era sobre los muertos, los aparecidos, los fantasmas, las visiones, et, etc, etc.
-- A Fulano se le apareció una luz que aparecía y desaparecía, cuando iba de camino para su casa. – Decía uno.
-- Mengano me dijo que en el árbol que está junto al arroyo aparece un hombre ahorcado y de buenas a primeras, desaparece.
--A Siclana se le apareció su abuelita muerta sentada en su cama que le decía: “Hija, llévame flores al cementerio porque me tienen abandonada”.
Estos son algunos de las decenas de cuentos bien relatados y adornados con muchos detalles, que nosotros, los mas chicos, oíamos y que a la vez iban surtiendo en nuestras mentes un estado de expectación, de miedo por la oscuridad, miedo a quedarnos solos…
Los mayores no se daban cuenta de la afectación sicológica que estaban produciendo en los niños, que iban absorbiendo todas aquellas historias y que a la postre traerían consecuencias negativas en sus vidas.
Los mayores nos hacían vivir, como realidades, todos aquellos cuentos fantasmagóricos de tal forma que a veces, las noches se hacían insoportables para mi, cuando en el sueño me asaltaban los fantasmas, los muertos me alaban por un pié, sueños donde me encontraba a merced de alguna figura horrorosa y de súbito me despertaba jadeante, con miedo y, hasta a veces, la cama amanecía mojada.
En una de esas visitas, la tía me pide que vaya a la casa de tabaco, que distaba alrededor de 200 mst. de la casa de vivienda, a buscar algo. Eran alrededor de las 9 de la mañana. Para esto, las dos primas mías me acompañaron hasta dicho lugar. Vale decir, que las casas de tabaco, lugar donde se estaciona la hoja hasta estar listas para elaborar, se acostumbra que, por lo menos dos personas durmieran allí para cuidar la preciada hoja y que ningún ladrón hiciera una visita nocturna.
Llegamos a la puerta, íbamos con un sentimiento de temor, ya que habíamos oído que en la casa de tabaco aparecían muertos también. Al entrar, veo la camita personal ubicada en el otro compartimiento de la casa de tbaco; sobre aquella, un bulto que no llegaba a distinguir, pero bajo la impresión del temor, grité: ¡Un hombre!, ¡una hombre!.
Las dos primas mías, al verme, también salieron corriendo despavoridas junto conmigo hacia la vivienda diciendo: ¡un hombre!, ¡un hombre!.
Como un trío escandaloso llegamos. Mi tío, tía y primos salieron a ver qué pasaba.
-- ¡un hombre!, ¡un hombre acostado en la cama de la casa de tabaco!
-- ¿Ustedes están seguros?. Preguntaba el tio
-- ¡Si, seguro!, repetíamos asustados.
Las primas mías me secundaron y decían: -- ¡Sí, vimos a un hombre acostado en la casa de tabaco.
Jurábamos y perjurábamos que habíamos visto ese hombre, por lo cual y a tanta insistencia, todos los hombres de la casa deciden enfrentar al intruso que había violado la privacidad de la propiedad. Llegaron a la casa de tabaco, entraron, se dirigieron a la camita. Allí había una frazada enrollada.
El tío y los primos decían: Si es un hombre, la cama debe estar caliente todavía. Palparon la cama y el primo mío dice: : -- sí, esta tibia, parece que se fue el tipo.
Por la noche, en la habitual reunión familiar, hubo material nuevo para comentar. Y decían: : -- Anoche se metió un hombre en la casa de tabaco y durmió toda la noche allí.. En pocos días ese incidente era la comidilla de las conversaciones del barrio entero.
Han pasado muchos años. Cuando recuerdo el hecho, en plena conciencia de madurez que dan los años, me doy cuenta que yo nada ví, que mis primas mucho menos vieron.
Que mi primo solo le pareció que estaba tibio aunque no estaba seguro. Me doy cuenta como la mente creativa de un niño, contando una “verdad” con la convicción de que es verdad, aunque no era verdad, puede poner en jaque a toda una familia, hacerles creer algo inexistente y aún mas hacerles vivir a ellos una experiencia irreal como si fuera real.
Lección que aprendí:
Los niños son muy buenos, pero muy susceptibles a impresiones que los mayores, sin darse cuenta, imprimen en sus mentes con sus conversaciones.
Que las “verdades” de los niños tienen que ser analizadas, antes de darles crédito. Podemos inculpar a alguien por algo que no hizo y que solo existió en la mente o los sueños de ellos.
Que, de la misma forma que inconscientemente las mentes de los niños son manipulables, los mayores, con plena conciencia de lo que están haciendo, pueden usar ese potencial psíquico de la niñez, para usarlos para fines malsanos.
Oremos por los niños y ayudémoslos a madurar y a crecer “en sabiduría y gracia delante de Dios y de los hombres”.

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martes, 26 de mayo de 2009
Imaginación Infantil
Publicado por
El pastor Luis E. Llanes
en
12:40
Etiquetas: De la vida real: Imaginación Infantil
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