De la vida real
Gaspar era llamado por todos “el italiano”, ya que tanto él como su hermano habían venido de Italia a instalar su negocio de confección y arreglos de calzado en mi ciudad, Pinar del Río, Cuba. Eran gentes buenas, honradas y generosas.
Mi padre se había hecho muy buen amigo de ellos y se hizo cliente de la zapatería. Recuerdo, en mi infancia, cuando yo tenía que ir con el cargamento de zapatos rotos para ser reparados, que él me recibía muy contento.
Yo le decía: __ Dice mi papá, que ahora no tiene dinero,…. Que cuando cobre, él se lo paga.
__ Dile a tu papá, que no se preocupe,…. que cuando pueda me lo pague __ respondía él muy afablemente.
No fue una sola vez la que pasó este incidente, fueron muchas veces que, con mucha paciencia y comprensión, esperaba a que mi papá resolviera el dinero para cobrar el trabajo. Esa actitud ganó la admiración y afecto mío y nunca se me olvidaron esas acciones tan generosas y comprensivas hacia nosotros.
El tiempo pasó. Muchos años. Ya yo era pastor de una Iglesia en el interior del país, lejos de mi cuidad natal y, en un viaje que hacía para visitar a mi familia, tenía que pasar, necesariamente por la Capital, para de allí, seguir para mi provincia.
Recuerdo que yo había sacado dos pasajes porque alguien, no recuerdo quien, iba a hacer el viaje conmigo. Esperaba pacientemente, sentado en el salón de espera a que llegara esa persona y a la vez el ómnibus que nos trasladaría a nuestro destino.
Mi acompañante no llegó, y me encontraba con dos pasajes comprados.
Mientras que esperaba, me fijé en una figura, que aunque entrada en años, su rostro me era conocido. Este señor esperaba el ómnibus también, pero no tenía pasaje. No había alcanzado boletos. Al fijarme bien en su rostro, pude reconocer que, nada mas ni nada menos, era Gaspar el italiano.
Como es natural, los años habían pasado, su rostro se veía mas viejo, pero su carácter, su hablar no habían cambiado en nada, por lo cual pude identificarlo a través de la cortina del tiempo.
Me acerqué a él y le pregunté:
__ Señor, ¿usted es Gaspar el de la zapatería?
__ Si. __ me contestó él.
__ Yo soy el hijo de Pablo, el maestro. ¿Lo recuerda?
__ Si, ¡cómo no…! __ contestó él un poco admirado.
__ Sabe, a mí nunca se me olvidará el gesto de generosidad y comprensión que usted tuvo hacia mi padre. En muchas ocasiones usted arregló nuestros zapatos sin interesarle nada a mi padre. Y como en la vida uno tiene que ser agradecido, quiero regalarle este pasaje para que se vaya en el ómnibus que entra ahora, como un gesto de gratitud por lo que usted hizo por nosotros. Tome…
Él no sabía que hacer. Quedó sorprendido. Le insistí. Por fin tomó el pasaje en sus manos, y en unos minutos más, estábamos sentados juntos y rumbo a nuestro destino.
Realmente, hay gestos, acciones que son impagables en la vida, pero sí hay algo que no debemos perder nunca y es la dicha de la manifestación de gratitud por aquellas personas que, en momentos dados de la vida, nos han servido incondicionalmente.
La Biblia dice: ¨¡SED AGRADECIDOS!

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lunes, 24 de agosto de 2009
Gesto de gratitud
Publicado por
El pastor Luis E. Llanes
en
9:29
Etiquetas: De la vida real: Gesto de gratitud
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