De la vida real
Vivíamos en Nuevitas, provincia de Camagüey, Cuba. La casa estaba construida sobre el templo y desde arriba se contemplaba un patio amplio. Desde el balcón, acostumbrábamos a tirarles comida a las aves que estábamos criando. Pero la comida para nuestras aves iba reduciéndose y teníamos a apelar a cualquier cosa que se pareciera a comida para tratar de alimentarlas. Lo mismo le echábamos “tripas” de calabaza, cáscaras de plátano, y otras cosas más que vinieran a la mano.
Pasó el tiempo y comenzábamos a notar que nuestras aves, cuando iban a comer, se iban de lado como borrachas, cuando iban a picar la comida no atinaban y el picotazo lo daban en la tierra, situación que nos preocupó bastante, porque pensábamos que tenían alguna enfermedad que les impedía alimentarse.
Un día llegó de visita el hermano en la fe, que nos había regalado las aves cuando eran pequeñas. Él vivía en el campo, tenían crías de todas clases y eran experimentados en todas las cuestiones del campo. Aprovechamos la ocasión para mostrarles lo que pasaba. Lo llevamos al balcón y desde allí le echamos unas cáscaras de vegetales y él mismo, con sus propios ojos vio a nuestros queridos pollos desesperados por comer algo, pero, unos no atinaban a comer, otros se iban de lado y caían en el esfuerzo, dicho sea de paso, algunos ya se habían muerto.
__ Hermano S. ¿qué tendrán las aves que casi no pueden mantenerse en pié? __ Le pregunté.
El hermano S. bajó las escaleras y tomó un pollo en sus manos y me dijo:
__ Hno. Llanes, usted lo que le tiene implantado a estos pollos en un comunismo violento, estos pollos están vanos, y lo que tienen es un hambre que ya ni ven. Con basura no se cría. Déme los pollos para llevarlos para la finca para ver si los puedo salvar.
El hno. S. se llevó los pollos para la finca y a los cuatro meses regresó con uno de ellos y me dijo:
__ Hno. Llanes, el único pollo que resistió fue este. Los otros ya estaban demasiado débiles y murieron. Pero tómele el peso ahora a este.
Efectivamente, cuando tomé aquel pollo en mis manos, era un plomo de pesado. Junto con el pollo nos trajo un saco de maíz para que tuviéramos comida para las aves.
Pensando en este incidente, vino a mi mente una enseñanza muy importante para mi ministerio. Yo, como pastor del rebaño, tengo la responsabilidad ante Dios de darles alimento consistente a mis ovejas. El alimento espiritual es la Palabra de Dios. No puedo sustituir el alimento. Si no les doy Palabra de Dios, tengo que apelar a elementos de relleno pero no alimenticios y solo sirven para entretener a las ovejas, pero a la postre eso repercute en la languidez de la vida espiritual de ellas y por fin fenecen sin esperanzas de recuperación. Le pasa como a los pollos de las historia.
Si yo no tengo alimento para darles, tengo que ir al almacén de la Palabra, necesariamente, nutrirme yo primero, para después poder nutrir a los que tengo bajo mi cuidado.
Se cumple el dicho tradicional: TAL PASTOR, TAL IGLESIA
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lunes, 21 de septiembre de 2009
Los pollos borrachos
Publicado por El pastor Luis E. Llanes en 8:41
Etiquetas: De la vida real: Los pollos borrachos
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