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Anécdotas

domingo, 16 de enero de 2011

El Niño y el jarro de azúcar

  La vecina era cristiana, ella no. Esto hacía que cuando su vecina le hablaba del evangelio, ella rechazaba la palabra con una justificación para sostener su posición.
En una ocasión la vecina cristiana trataba de hacerle entender que todas las personas eran pecadoras. Que la maldad y el pecado lo traíamos desde que nacíamos. Pero ella sostenía que un niño no tenía tendencias al pecado, por lo que desconocía que era eso.
La cristiana le explicó y loe dijo:

-- Los niños no saben lo que es el pecado, sin embargo, dentro de esa ignorancia manifiestan su tendencia a la desobediencia, que es la madre del pecado.

La cristiana la desafió a hacer una prueba y una mañana llegó a su casa y le dijo:

-- Vecina, vamos a hacer una prueba con tu hijo. Él solo tiene cuatro añitos, es sumamente inocente, sin embargo te animo a que tomes un pequeño recipiente, eches azúcar y lo coloque en la mesa durante todo la mañana para ver que pasa.

La señora hizo tal y como se lo había indicado su vecina cristiana. Durante toda la mañana el jarro con azúcar estuvo sobre la mesa y al niño no le llamaba la atención, ni caso le hacía. Esta actitud del pequeño la enarboló airosa la señora incrédula para decirle a la cristiana:

-- ¿No te lo dije?, ni caso le hizo al azúcar. ¡Qué me dices a eso!

-- La cristiana le contestó: Espera, eso solo es la primer parte, ahora llama a tu inocente bebé y dile: Niño, en ese jarro que está en la mesa hay azúcar, no vallas a comer de ella. Después tu me dirás que pasó.

Efectivamente, la vecina inconversa se animó a hacerlo para demostrarle a su vecina cristiana que su hijo era incapaz de hacer lo contrario a lo que se le decía. Lo llamó y  dijo a su hijo:

-- Pepito, sobre la mesa hay un jarro con azúcar, no vayas a comer  de ella. Le ordenó la
    madre.

La mamá se fue a hacer sus quehaceres, el niño quedó solo. Al principio todo parecía que todo marchaba bien, pero las palabras de la mama lo martillaban a la mente: “En el jarro hay azúcar, pero no vayas a comerla”

El niño, atraído por la curiosidad se acercó a la mesa, levantó la cabeza y vio el azúcar.
Iba a irse, cuando nuevamente miró el jarro, miró a su alrededor, no vio a la mamá. Atraído por el dulce elemento extendió su mano y se echó un puñado de azúcar el la boca, la que saboreó al máximo y siguió jugando.

Mas tarde aparece la mamá y le pregunta al niño: -- Pepito, ¿comiste azúcar?, y el niño, todavía con granos de azúcar pegada en sus labios que delataban su desobediencia le dijo:

-- No mamá yo no comí azúcar.

Cuando se encontró nuevamente con su vecina cristiana, esta le preguntó:
-- ¿y como salió en la segunda prueba?

-- Mal, le respondió la vecina incrédula, no solo me desobedeció, sino que me mintió también. Con toda su cara llena de azúcar pegada, que delataba su fechoría, plácidamente me dijo: No mamá, yo no comí.

Esta ilustración no hace mas que demostrar la inclinación innata del humano hacia la desobediencia. Que el pecado engendra pecado. Que para tapar un pecado hay que cometer otro pecado y por ahí siguen los eslabones de la cadena. Esto prueba la realidad de las palabras de Pablo cuando dijo: “Así, que queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mi”.

Y si todavía crees que esto es solo una mera anécdota, te desafío a que hagas la prueba con tus inocentes bebés.




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